lunes, 12 de marzo de 2012

Francisca: una mujer de la isla Amantaní

El sábado, 4 de febrero de 2012 llegamos a la isla de Amantaní ubicada en la región de Puno, Perú, específicamente en el lago Titikaka. Aproximadamente, a tres horas de Puno.
Amantaní es la isla más grande del lago (parte de Perú). Allí viven unas 800 familias divididas en 8 comunidades. Un total de, más o menos, 6,000 habitantes.
Cuando la lancha llegó a la orilla, ya nos esperaban en el pequeño puerto. En su mayoría mujeres vestidas con falda, camisas blancas bordadas y una manta negra. Llegamos allí para hacer turismo vivencial. Esto consiste en quedarse en la casa de una familia. Allí estaba Francisca y con ella nos fuimos.
 Francisca nos guió hasta su casa. Como la altura nos afectó un poco, nos quedamos sin aliento mientras caminábamos, pero un señor de la isla nos dio un pedazo de muña. La muña es una hierba que se encuentra de manera silvestre en algunos lugares de Bolivia. Cuando la frotas en tus manos y la hueles te ayuda a respirar mejor. Tiene olor y sabor mentolado. No sé si fue una cuestión mental, pero para mí fue una salvación y me sentí aliviada. ¡Por fin pude seguirle el paso a Francisca!
Después de caminar por casi 25 minutos, llegamos a la casa de Francisca. Es una casa humilde. Como en la isla no hay energía eléctrica porque el gobierno se ha olvidado de ellos y ellas, algunas casas tienen una pequeña plancha solar que han comprado con mucho esfuerzo. La cocina es un fogón y allí nos preparó el almuerzo, la cena y el desayuno del próximo día. 
Francisca
Francisca es una mujer introvertida, contrario a la personalidad de las mujeres de las islas flotantes. Habla poco español, su idioma es el quechua. Sin embargo, su hijo, Robert, sí habla español y con él conversamos sobres diversos temas: Puerto Rico, Amantaní, la educación, las costumbres, el gobierno y la vida. Le pregunté a Robert dónde estaba su padre (el esposo de Francisca) porque ella lo mencionó, pero no lo habíamos conocido. El respondió que seguro estaba tomando. Nunca lo conocimos, nunca apareció.Yo miraba a Francisca y pensaba qué difícil es la vida para ella. Pensé en todas las veces que me he quejado por estupideces y me avergoncé. Mientras Francisca trabajaba y le abría las puertas de su casa a dos desconocidos de otra pequeña isla, su marido, tal vez, se estaba gastando el dinero que ella misma trabajó. Me imaginé una Francisca joven.  Casándose con muchas ilusiones. Luego no me la imaginé más y la vi frente a mí: luchando.  La vida es dura para mucha gente.

Dormimos en la casa de Francisca. Sin agua. Sin luz. Sin lujos. Pero sin ruidos, sin contaminación y sin preocupaciones.

Al otro día, Francisca nos levantó temprano para desayunar y llevarnos hasta el puerto.
Francisca nos prepara el almuerzo.


La mirada y la sonrisa de Francisca quedarán grabadas por siempre en mi recuerdo. Abrir las puertas de su casa a extraños es su forma de sobrevivir, pero también es un gesto de amor.



Con Francisca y sus hijos.

Muña





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